Es necesario comenzar antes de hablar de este libro haciendo una advertencia a los potenciales lectores: ya sea por atracción o repulsión, no se guíen ni por la tapa ni por su título. EL AUTOR NO ES NINGÚN NEONAZI QUE ALUCINA CON UNA IMAGEN TRIUNFANTE DEL FUHRER, NI NADA QUE SE LE PAREZCA. Este es uno de esos libros cuyo contenido puede ser muy polémico, pero sea cual sea la postura que el lector tome, sin lugar a dudas se verá seducido a reflexionar algunas cosas referidas a política internacional.
Por lo tanto, comencemos valorando la biografía del autor, una persona que sabe de lo que habla y al mismo tiempo una persona comprometida:
Walter Graziano nació en 1960 en Argentina. Se graduó de economista en la Universidad de Buenos Aires. Hasta 1988 fue funcionario del Banco Central y recibió becas de estudio del Gobierno Italiano y del Fondo Monetario Internacional para estudiar en Nápoles y Washington D.C.
Desde 1988 colaboró con medios gráficos y audiovisulaes argentinos en forma simultánea a su profesión de consultor económico. En 1990 publicó “Historia de dos hiperinflaciones” y, en 2001, “Las siete plagas de la Argentina”, libro que preanunció la debacle económica y política de su país. Desde 2001 Graziano se encuentra abocado “full time” a los temas de esta obra, sus antecedentes históricos y cuestiones colaterales.
EN CUANTO AL CONTENIDO DEL LIBRO:
Quien piense que muchos de los enormes problemas del mundo comenzarían a solucionarse si cambia el presidente de los Estados Unidos, se equivoca gravemente. El presidente actual no es otra cosa que la “punta del iceberg” de una complicada estructura de poder, urdida cuidadosamente durante mucho tiempo por una reducida élite de clanes familiares muy ricos, verdaderos propietarios en las sombras del petróleo, la banca, los laboratorios, las empresas de armas, las universidades y los medios de comunicación más importantes del mundo, entre otros sectores. Se trata nada menos de quienes antes y durante la Segunda Guerra Mundial financiaron a Hitler para que tomara el poder y se armara, proveyeron de materiales básicos al Tercer Reich, fomentaron el ideario racista del Führer y encaramaron a la maquinaria nazi en Alemania. En este volumen, el lector podrá enterarse de cómo esta poderosa élite, en cuyo núcleo se esconden antiguas sociedades secretas, coloca, desde hace muchísimos años, los presidentes de los Estados Unidos como marionetas y corrompe hasta sus cimientos la base misma de los partidos republicano y demócrata. También verá cómo manipula las democracias del mundo, utiliza las principales universidades norteamericanas y a sus intelectuales generando la ilusión de progreso científico a través de puro ideologismo falso y manipula los medios de comunicación para que las masas y las clases medias no se enteren de lo que realmente ocurre. Bajo esta nueva luz incluso los atentados del 11 de septiembre de 2001 adquieren una lectura diferente. Escalofriante, revelador, sólidamente fundamentado, Hitler ganó la guerra llevará a sus lectores a descubrir conexiones antes impensadas entre hechos del pasado o del presente. Más aún, a partir de sus premisas, las noticias diarias cobrarán una dimensión nueva: la sensación de despertar de un largo sueño.
¿QUIÉNES AYUDARON A HITLER DESDE LOS ESTADOS UNIDOS?
¿QUÉ RELACIÓN HUBO ENTRE EL CLAN BUSH Y EL CLAN BIN LADEN?
¿QUIÉNES MANEJAN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN?
¿QUIÉNES ENVIARON LOS SOBRES CON ANTRAX?
¿EXISTE UN PLAN SECRETO DE DOMINIO GLOBAL?
Apenas comencé a realizar las investigaciones preliminares para escribir este libro, caí en la cuenta de que la vastedad del tema me imponía la necesidad de encontrar colaboradores. Por lo tanto, decidí contratar a estudiantes y graduados en disciplinas humanísticas. Una de las primeras personas que acudieron a las entrevistas de trabajo era una licenciada en historia, recién graduada, con excelentes calificaciones. A través del diálogo inicial, pude entrever la sólida formación histórica y cultural que poseía para este trabajo. Se trataba además de una persona con otras cualidades: inteligencia y sagacidad. Resolví, entonces, tomarle la real prueba de fuego. Le acerqué una información de las muchas que el lector va a encontrar en este libro. La recién graduada comenzó a leerla en silencio. Mientras tanto, yo la observaba, y veía cómo se iba sonrojando y los ojos se le entornaban, no sé si de furia o de incredulidad. Cuando terminó la lectura del texto me miró. Con voz entrecortada, y un poco mareada, defendió lo que hace instantes consideraba un saber poco menos que inexpugnable: "La historia no debe escribirse hasta mucho tiempo después de que ocurran los acontecimientos", dijo con el tono de una lección aprendida de memoria. Opté entonces por acercarle más información, más abundante en datos. Esta vez se puso lívida. Ensayó una respuesta menos estructurada, pero aún se defendía de lo que bien podía considerar tan horroroso como incongruente con respecto a lo que le habían enseñado arios y años. Ante tal tibia defensa, opté por presentarle más material. Se rindió, y sólo dijo: "Si eso es verdad, ya no sé qué pensar". Le expliqué, entonces, que el concepto de que era necesario dejar pasar bastante tiempo antes de escribir la historia era aplicable a la época en que la tecnología hacía imposible escribirla con buena dosis de rapidez y exactitud. Obviamente Heródoto debió tardar mucho tiempo en juntar el material para su obra. No es de esperar que Suetonio tuviera al alcance de la mano la información para escribir la vida de doce césares. Pero ya en nuestros días algo había comenzado a cambiar: Arnold Toynbee y Paul Johnson estaban escribiendo historia (posiblemente muy sesgada, pero una versión de la historia, al fin) en forma casi simultánea con los propios sucesos. Es comprensible: los medios de comunicación y el rápido acceso al tipo de información que ellos brindan lo hacen posible. Con el rápido desarrollo de la red global, quizás en poco tiempo más surjan los primeros historiadores que puedan escribir la historia en forma simultánea a la propia sucesión de hechos considerados como históricos. Y hasta incluso sería posible que aparezcan los primeros futurólogos realmente serios. A través de la red se puede acceder con escaso costo y sin demora a cualquier tipo de información, de toda índole, que cualquier individuo del mundo haya deseado conseguir. Sea verdadera o falsa, se trata de información sin ningún tipo de censura directa ni indirecta. Esta última es peor aún que la primera ya que pasa inadvertida y es ejercida por las líneas editoriales y estrategias de los megas medios de comunicación.
SHALOM A TODOS
ATENTAMENTE RICARDO ANDRES PARRA RUBI
MALKIYEL BEN ABRAHAM
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